El memorable viaje papal de un “ateo redomado”
Los pontífices también son, con su historia doblemente milenaria, un tentador material para la literatura: más allá de los estudios históricos, muchos de los de tiempos medievales y renacentistas (con patronos de las artes como Julio II, por ejemplo, con su tensa pero fructífera relación con Miguel Ángel) han pasado a figurar en más de una novela. Los más recientes –de Pío XII a Juan Pablo II– son objetos de biografías, aunque películas como Los dos papas –inspirada libremente en Ratzinger y Bergoglio– han sabido jugar con la ficción en clave contemporánea.
Una sucinta enumeración histórica indica que Alejandro Dumas, en Los Borgia, ayudó a propalar la leyenda negra del papa español y su familia. Más cerca en el tiempo, best sellers como Las sandalias del pescador, de Morris West, o la muy reciente Cónclave, de Robert Harris (que también dio lugar a la reciente película) dejan en claro que la intriga y la curiosidad sobre el tema está lejos de extinguirse.
También existen novelas con –digamos– ambiciones más estéticas que han puesto la figura papal en el centro. La más excéntrica y heterodoxa es Adriano VII, en la que el todavía más excéntrico Baron Corvo imagina que un escritor genial y subvalorado recibe la visita de un cardenal y un obispo que aspiran a convertirlo en pontífice. En el catálogo de Thomas Mann se suele pasar por alto El elegido, inspirada en una epopeya medieval sobre Gregorio V, cuando en esas peripecias está toda la ironía, el humor y los excesos de su estilo tardío.
Como asegura el español Javier Cercas (Cáceres, 1962) en El loco de Dios en el fin del mundo –libro que por esos azares salió publicado semanas antes de la muerte de Francisco, su figura dominante, y de la elección de León XIV, su sucesor– para “un ateo redomado, un impío pertinaz” como él, el Vaticano es sinónimo de tramas oscuras y contubernios, una idea que se desprende de algunas de aquellas novelas y de la propia historia con mayúsculas. Por eso le sorprende estar escribiendo un volumen que nunca hubiera escrito si no fuera por la insólita proposición que le acercó en 2023 un emisario ligado a una editorial y al departamento de prensa del Vaticano: el de participar en el inminente viaje papal a Mongolia. “Soy un tipo peligroso”, cree haber respondido Cercas, según recuerda. “Pero, ¿están locos?”, asegura aquel interlocutor que dijo el escritor.
Cercas –que dice haber perdido la fe muy temprano, con la lectura del San Manuel bueno mártir de Unamuno, y después con Bertrand Russell y Nietzsche– termina por aceptar la invitación, convencido de que nunca nadie tuvo la posibilidad de escribir una obra teniendo acceso a ese mundo cerrado para decir lo que le venga en gana. Pone una sola condición: la de que se le permita hablar cinco minutos con Francisco para plantearle una pregunta que le dé respuesta a su madre nonagenaria, ferviente creyente, convencida de que se encontrará con el padre de Cercas en el más allá. La pregunta es por la resurrección de la carne y la vida eterna. No se lo confirman, pero le dicen que harán lo posible.
Ese interrogante atraviesa como hilo conductor, como excusa productiva, esta crónica tan reflexiva como vertiginosa que rastrea en la propia vida de Jorge Bergoglio para encontrar una clave (¿es de izquierda, es conservador? No, concluirá Cercas, es poliédrico), en los resortes religiosos de su papado (¿por qué en las noticias aparece siempre hablando de política cuando habla mucho más de religión?). En Roma, el autor se embarca en un raid de entrevistas con periodistas, religiosos (como Antonio Spadaro, por entonces director de la máxima revista jesuita) o cardenales (como el portugués José Tolentino de Mendonça, que es además un importante poeta o el argentino Víctor Manuel “Tucho” Fernández, a punto de asumir en lo que antes era el Santo Oficio), que le dan sus visiones de Francisco. Cercas reproduce con verborragia esos diálogos, que buscan perfilar alguno de los rasgos personales de Bergoglio, pero también las aparentes contradicciones que señalan los detractores de su papado. Cercas se mueve con el desconcierto de un pesquisa obsesivo, entrometido en un mundo ajeno.
La ajetreada estancia de tres días en Mongolia habilita una crónica de viaje clásica y detallada en la que el escritor encuentra un motivo de estupefacción en los misioneros enclavados en ese país donde hay apenas 1500 católicos. ¿A qué se debe ese cansador traslado del Papa a un lugar con tan pocos fieles? ¿A la cercanía de China, como le sugieren los vaticanistas que comparten el avión? ¿Al interés central de Francisco por las periferias, por esos lugares donde el catolicismo predica contra viento y marea? En todo caso, cree descubrir Cercas, todo eso refleja el anticlericalismo de Bergoglio: la idea de que el clero nunca tiene que estar por encima de su grey.
El estilo del escritor español es ágil y zumbón. Se propone como una suerte de antihéroe, “el loco sin dios” (en referencia a aquel hombre que en La gaya ciencia de Nietszche clamaba que Dios había muerto) que se mueve entre los “locos de Dios” –la definición, nada peyorativa, alude a los misioneros–, entre los que se cuenta el propio Francisco.
Son muchas las líneas que se entraman en El loco de Dios en el fin del mundo, incluidas discusiones lingüísticas sobre esa palabra para él abstrusa: sinodalidad. Cercas se permite incluso escribir un poema a la manera de el Cristo de Elqui, de Nicanor Parra, pero referido a Francisco (“Un papa humano demasiado humano/ un papa argentino pero modesto/ un papa que llama al pan pan y al vino vino”, dicen algunos de sus versos) y también llegar al que considera el secreto de Bergoglio: que, después de haber pasado por muchas etapas, es entonces un hombre normal y corriente, un verdadero cristiano puesto en el trono de San Pedro.
Cercas tiene un sentido del tempo narrativo espacioso, pero preciso, como ya constaba en Anatomía de un instante. Si la realidad se apresura, dosifica la intriga. Francisco le concedió aquellos cinco minutos en el avión que iba a Mongolia por sorpresa, después de haber saludado de uno en uno a todos los corresponsales y a él mismo. El encuentro ocurre mediada la narración, pero nada se cuenta sobre el asunto. A lo largo de lo que resta del libro, sus cicerone le preguntan sotto voce, sin éxito, si puede decirles qué le respondió el Papa a aquella pregunta sobre la resurrección de la carne y la vida eterna. Cercas se guarda la respuesta para lo último, cuando se la muestra filmada a su madre, la verdadera destinataria. Ese final y su epílogo pintan a Bergoglio sin mediaciones. Son, lisa y llanamente, páginas insólitas, memorables.
El loco de Dios en el fin del mundo
Por Javier Cercas
Random House
486 páginas, $ 32.999

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